Mediodía, hoy. Alcorcón al fondo. El paseante ha subido hasta un mirador privilegiado: el Parque de las Presillas.
Es muy posible que hoy, día festivo, unos cuantos vecinos hayan tomado su automóvil (muchos de ellos, enormes para nuestras calles) y se hayan marchado de la ciudad en busca de otros espacios. Y quizá desconozcan este parque y el bosque anexo. Entre el barrio de La Fortuna (Leganés) y Alcorcón, el Parque de las Presillas ofrece esta invitación al paseo.
El silencio es absoluto. Por fin, un lugar donde no se oyen los coches. Aquí se puede no solo ver, sino escuchar cada árbol. El arrullo de la brisa agita sus hojas y compone una melodía muy tenue, para quien se preste a una comunión especial, no contaminada por normas humanas: la comunión con la naturaleza.
El silencio da paso a un delicado paisaje sonoro: rodadas de bicicleta, corredores solitarios, variados trinos de aves. El paseante lamenta no poder ofrecer a sus lectores imagen de tres blancos relámpagos que lo han seducido: tres garzas blancas que se han detenido en nuestro Alcorcón camino de tierras más cálidas.
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