Verano caluroso. 8 de la mañana. Domingo. Pocos momentos de la semana más placenteros para ver y escuchar Alcorcón. Múltiples aves regalan su canto al espacio sonoro del despertar del día.
Entre la calle Valladolid y Los Cantos hay un pasadizo. Al traspasarlo, el paseante se encuentra con esta sorpresa de arte urbano.
Capacidad creativa canalizada para decorar una fachada. Arte y comercio (y bebercio, mejor dicho) integrados. Una solución inteligente que invita a entrar en el local con una semicorchea por manecilla. No tiene ni una mancha encima, ni una firma. Al lado, en esta misma plaza, muchas otras pintadas.
Rivalizan los carteles. El oficial: "Prohibido jugar a la pelota"; el grafitero antiortográfico: "tokame la pelota". Se distingue claramente cómo esa pared ya ha sido repintada. De modo efímero. Pero con cargo al dinero público. Al grafitero le han puesto un nuevo lienzo y se ha apresurado a dejar su ególatra huella.
El paseante prolonga su paseo hasta los rincones de Parque de Lisboa. Cualquiera que conozca el barrio sabe lo especiales que son sus pequeños pasadizos. Este de la Plaza Pontevedra tiene su especial encanto.
Del laberinto de estos bloques del Parque Lisboa se sale por pequeños pasos como este. Sucios, grafiteados, pero llenos de una extraña sensación de libertad.
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