Mañana de 22 de diciembre. Acaba de entrar el invierno en nuestro hemisferio. En Alcorcón –y en gran parte de España– es un invierno dulce. Temperaturas suaves. Demasiado. Al parecer, este año ha sido, junto con 2006, el más cálido del último medio siglo.
El paseante ha querido percibir este recién llegado invierno en el Parque Buero Vallejo. La estatua del dramaturgo, como un paseante más, preside el acceso al parque por escalinata. A su espalda, el centro cultural que lleva su nombre.
Desde el verde del parque se atisba la cúpula piramidal del Buero Vallejo. Dentro, bibliotecas, salas de exposiciones, aulas para talleres, café (el Sotanillo del Buero), teatro... que han vivido tiempos de esplendor en los que la oferta cultural de Alcorcón podía estar a la altura de Madrid.
Pero ahora esos tiempos se han ido. El parque permanece, con la vida en ebullición de los niños en los columpios, los adolescentes jugando al ping-pong, los jóvenes confesando sus tragedias amorosas por el móvil. Bajo el marco de un sauce llorón, el camino invita al paseante a continuar.
jueves, 22 de diciembre de 2011
domingo, 18 de diciembre de 2011
Prado de Santo Domingo
Diez de la mañana. Frío cortante en Alcorcón. El sol invita a pasear por espacios como el Prado de Santo Domingo. Una suerte contar con este parque que incluye un pequeño bosque de pinos carrascos (amenazado en otro tiempo).
Aunque el túnel parezca oscuro, aunque el camino se haya torcido, este ser vivo nos da una lección de increíble capacidad de lucha por resistir y no ser doblegado.
Al final del bosque, se divisa el montecito que en otro paseo denominamos "de la estantería". La ciudad y la naturaleza se dan la mano en este territorio: los grafitis
de la pista de skate y los extraños dibujos que hace la vida para salir
adelante a pesar de las dificultades.
jueves, 8 de diciembre de 2011
Presillas
Mediodía, hoy. Alcorcón al fondo. El paseante ha subido hasta un mirador privilegiado: el Parque de las Presillas.
Es muy posible que hoy, día festivo, unos cuantos vecinos hayan tomado su automóvil (muchos de ellos, enormes para nuestras calles) y se hayan marchado de la ciudad en busca de otros espacios. Y quizá desconozcan este parque y el bosque anexo. Entre el barrio de La Fortuna (Leganés) y Alcorcón, el Parque de las Presillas ofrece esta invitación al paseo.
El silencio es absoluto. Por fin, un lugar donde no se oyen los coches. Aquí se puede no solo ver, sino escuchar cada árbol. El arrullo de la brisa agita sus hojas y compone una melodía muy tenue, para quien se preste a una comunión especial, no contaminada por normas humanas: la comunión con la naturaleza.
El silencio da paso a un delicado paisaje sonoro: rodadas de bicicleta, corredores solitarios, variados trinos de aves. El paseante lamenta no poder ofrecer a sus lectores imagen de tres blancos relámpagos que lo han seducido: tres garzas blancas que se han detenido en nuestro Alcorcón camino de tierras más cálidas.
Es muy posible que hoy, día festivo, unos cuantos vecinos hayan tomado su automóvil (muchos de ellos, enormes para nuestras calles) y se hayan marchado de la ciudad en busca de otros espacios. Y quizá desconozcan este parque y el bosque anexo. Entre el barrio de La Fortuna (Leganés) y Alcorcón, el Parque de las Presillas ofrece esta invitación al paseo.
El silencio es absoluto. Por fin, un lugar donde no se oyen los coches. Aquí se puede no solo ver, sino escuchar cada árbol. El arrullo de la brisa agita sus hojas y compone una melodía muy tenue, para quien se preste a una comunión especial, no contaminada por normas humanas: la comunión con la naturaleza.
El silencio da paso a un delicado paisaje sonoro: rodadas de bicicleta, corredores solitarios, variados trinos de aves. El paseante lamenta no poder ofrecer a sus lectores imagen de tres blancos relámpagos que lo han seducido: tres garzas blancas que se han detenido en nuestro Alcorcón camino de tierras más cálidas.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Bosque tras la niebla
Mañana de diciembre. Densa niebla en Alcorcón.
Cuando a media mañana ya levantan las brumas, el paseante se acerca a un nuevo paisaje. Paisaje desconocido que sorprende por su destartalada desnudez. Como un ejército fantasmal de extraños guerreros de la bruma, los árboles deshojados invitan a aventurarse en el territorio.
Es Campodón. Barrio pegado a Villaviciosa con una pequeña parte dentro del término municipal de Alcorcón. El caminante ha seguido la calle del Prado hasta, sin darse cuenta, pasar al otro municipio. En la calle del Bosque (Villaviciosa) se ha topado con un campo de fútbol lleno de aves centrocampistas y esta planicie de adelgazadas ramas.
La hierba está fresca y levemente empapada por la niebla. Tener al alcance ese paseo es un regalo para los sentidos.
El paseante está de suerte porque las nubes le regalan un momento de sol. En el bosque El Forestal, al que se accede a unos pasos, se encienden los tonos rojizos y amarillos del otoño.
A unos metros, las casas de los moradores de Campodón. Coches de alta gama, chalés independientes, piscinas privadas... La Moraleja de Alcorcón.
Pero la naturaleza (y el magnífico bosque El Forestal) es de todos. Animales en libertad, más 300 especies de árboles y arbustos, más de siglo y medio de existencia que los seres humanos, si tenemos dos dedos de frente, hemos de respetar y proteger.
Cuando a media mañana ya levantan las brumas, el paseante se acerca a un nuevo paisaje. Paisaje desconocido que sorprende por su destartalada desnudez. Como un ejército fantasmal de extraños guerreros de la bruma, los árboles deshojados invitan a aventurarse en el territorio.
Es Campodón. Barrio pegado a Villaviciosa con una pequeña parte dentro del término municipal de Alcorcón. El caminante ha seguido la calle del Prado hasta, sin darse cuenta, pasar al otro municipio. En la calle del Bosque (Villaviciosa) se ha topado con un campo de fútbol lleno de aves centrocampistas y esta planicie de adelgazadas ramas.
La hierba está fresca y levemente empapada por la niebla. Tener al alcance ese paseo es un regalo para los sentidos.
El paseante está de suerte porque las nubes le regalan un momento de sol. En el bosque El Forestal, al que se accede a unos pasos, se encienden los tonos rojizos y amarillos del otoño.
A unos metros, las casas de los moradores de Campodón. Coches de alta gama, chalés independientes, piscinas privadas... La Moraleja de Alcorcón.
Pero la naturaleza (y el magnífico bosque El Forestal) es de todos. Animales en libertad, más 300 especies de árboles y arbustos, más de siglo y medio de existencia que los seres humanos, si tenemos dos dedos de frente, hemos de respetar y proteger.
"Creado por la primera Escuela de Ingenieros de Montes
que hubo en España (1849), está considerado como una de las zonas
verdes de mayor prestigio de la Comunidad de Madrid, con categoría de
Bosque Real desde 1739, por su gran variedad de especies vegetales,
junto a la avifauna que se ha ido acomodando en él, donde conviven
árboles propios del norte peninsular como el Tilo o el Avellano con
especies típicas del sur como el Alcornoque y otras traídas de lejanos
países como el Ginkgo biloba.
Su enorme diversidad de especies,
por encima de las 350, muchas de ellas protegidas, entre árboles y
arbustos hace que se pueda considerar uno de los bosques más singulares y
originales de la Península Ibérica, con una antigüedad en muchas de sus
plantaciones que superan el siglo y medio de existencia y adaptación a
estas latitudes". (Ayuntamiento de Villaviciosa de Odón).
viernes, 2 de diciembre de 2011
Otoño crujiente y circo
Si el paseante llega a través del tren de cercanías (o del metrosur) y se baja en la parada de Alcorcón Central, la calle Cáceres lo llevará hacia el recinto ferial. Nada más acabar la calle Cáceres, la Av. del Oeste saluda al paseante (hoy, tres de la tarde) con una alfombra de hojas levemente agitada por el viento.
Unos breves rayos de sol encienden las ramas superiores de los árboles. Instante impagable. Un vecino en bicicleta abre camino al paseante.
Hoy los pies pueden rebozarse en crujidos de hojas secas. El carril bici invita a subirse al sillín o a pasear, a abandonar tanto coche ruidoso y contaminante para disfrutar de cada paso, de cada árbol, de cada brillo de luz en un día frío que amaneció lluvioso.
El paseante llega a su destino. Hoy se había propuesto llegar al circo. Recinto ferial, cinco de la tarde. Entre el rugido de motos y coches, se eleva una construcción mágica, de formas extrañas para la ciudad: es la carpa del circo, construida con el esfuerzo de sus nómadas habitantes. El paseante pide permiso para entrar (hoy hay sesión a las 18.30) y le ponen una serpiente en el cuello. Pero como no hace periodismo sensacionalista, esa imagen no la va a difundir.
Parece que en Alcorcón, sede de una escuela circense durante años, el circo les sobra ahora a los gobernantes. El paseante se pregunta por qué tanto desprecio a una profesión esforzada y honesta, que tiene uno de los más nobles objetivos: emocionar, entretener, hacer sonreír a niños y mayores.
Unos breves rayos de sol encienden las ramas superiores de los árboles. Instante impagable. Un vecino en bicicleta abre camino al paseante.
Hoy los pies pueden rebozarse en crujidos de hojas secas. El carril bici invita a subirse al sillín o a pasear, a abandonar tanto coche ruidoso y contaminante para disfrutar de cada paso, de cada árbol, de cada brillo de luz en un día frío que amaneció lluvioso.
El paseante llega a su destino. Hoy se había propuesto llegar al circo. Recinto ferial, cinco de la tarde. Entre el rugido de motos y coches, se eleva una construcción mágica, de formas extrañas para la ciudad: es la carpa del circo, construida con el esfuerzo de sus nómadas habitantes. El paseante pide permiso para entrar (hoy hay sesión a las 18.30) y le ponen una serpiente en el cuello. Pero como no hace periodismo sensacionalista, esa imagen no la va a difundir.
Parece que en Alcorcón, sede de una escuela circense durante años, el circo les sobra ahora a los gobernantes. El paseante se pregunta por qué tanto desprecio a una profesión esforzada y honesta, que tiene uno de los más nobles objetivos: emocionar, entretener, hacer sonreír a niños y mayores.
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